Estefaní­a Gómez Vásquez

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Cómo pretender hablar de una postura política, de un contexto desgarrador y consumido por la violencia y la eliminación del otro para garantizar la supervivencia, cómo abordar la economía bélica, y la injusticia, cómo criticar un gobierno y unos medios de comunicación que nos venden la paz a través de la guerra, cómo distinguirme de quienes se muestran indiferentes al conflicto colombiano, y ante la pretensión tristemente humana de hallar placer en un poder que implica el perjuicio, la pobreza, la resignación y el miedo del otro. Cómo pretender definirme como objetora de conciencia, y pretender expandir aquí un discurso basado en un país y en las lógicas que lo dominan, sin reconocer que esa historia y que esas lógicas han sido tatuadas en mi propia historia, sin reconocerme primero, como una sujeto que tiene razones mucho más íntimas que un contexto político, social y económico para decidir estar en contra y no conformarme con expresarlo, para sentir la necesidad de proponer y construir alternativas para quienes como yo, creemos que las cosas pueden ser diferentes, que no todos le apostamos a la guerra y que no todos nuestros cuerpos, son máquinas de muerte.

Expresar mi condición puede resultar más simple de lo que yo misma pensé, se trata simplemente de querer ver y sentir cosas distintas, de ser parte de su construcción y convencerme día a día, de que las críticas nunca funcionan sino traen con ellas una propuesta, que los discursos cubren toda expectativa, y que nuestros actos siempre resultan más cortos que nuestras palabras, esto es lo que quiero cambiar, quiero construcciones silenciosas pero reales, quiero que mis actos no necesiten palabras para ser considerados en un mundo de discurso.

Entonces la objeción de conciencia no es limitarme a ser la contraria, ni la que se opone a una guerra que desborda completamente el alcance de mis acciones y mi propia naturaleza, simplemente no quiero hacer parte de aquellos cuya labor consiste en ir detrás de la guerra recogiendo sus escombros y de alguna manera, sin aportar mucho, hacerla sostenible, preparar el terreno para que vuelva a pasar y yo siga teniendo una labor moral en el mundo. Rechazo por esto, más allá de la guerra, la indiferencia, la desesperanza, los brazos cruzados y los contentillos del discurso, escojo la crítica y la búsqueda constante.

Ser objetora de conciencia, es tatuarme un historia diferente en mi cuerpo, es expresar en cada uno de mis movimientos, que la guerra no es un reflejo de como quiero relacionarme con las personas, que la competencia no alimenta mi ilusión de poder y que el poder está precisamente en dejar preguntas, en abrir caminos, en ser pretexto para que otros crean y sepan que pueden llegar más allá de lamentos e indiferencia y que todo no está dado, que yo y cualquiera puede desobedecer a un contexto para obedecer a su convicción personal.

Esta declaración es sólo una excusa, una urgencia y un momento para decir que no pienso ceder mi espacio en el mundo, que mi cuerpo y mi mente se resiste a funcionar al unísono con aquello que se me vende, que se me impone y que no da explicaciones. Que este espacio me pertenece y que siento como mi deber y mi derecho hacer de él, lo que considero irremediable e inminente…creer en mí y en la gente que piensa más allá de su individualidad, creer en quienes comparten conmigo este reto. Quiero darle la cara a aquello que resulta más fácil ignorar cuando eres una víctima invisible de un juego de mesa para quienes nos hacen creer que jugamos a favor de la vida y la justicia, porque juego para mí, para lo que creo y para lo que siento; pues ser invisible no es un consuelo y mucho menos un privilegio, estoy aquí para quien quiera escucharme y pensar por un segundo cuántas cosas de su vida han sido en realidad su propia decisión, porque escuchar a mi conciencia y ser objeto de ella es mi decisión.

Estefanía Gómez Vásquez

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